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Por: Marejada

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Un día en la universidad un profesor me hizo pensar en lo que significa el cóndor, ese animal majestuoso que, entre otras cosas, es uno de nuestros símbolos patrios (que por cierto también destruimos sin consideración). Es ave nacional y al parecer, una representación de lo que es nuestro país: y sí, pero no. El cóndor es magnífico, pero a la vez un ave de rapiña, un aventajado. Mucho de lo que a veces podemos ser como sociedad.

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En el mundo entero la codicia es motor de crímenes y masacres, pero parece que en este país es un detonante de cientos de cosas, por lo que a la gente no le interesa adelantarse a los otros, ni matarlos, ni robarlos. Es así como cada vez se entiende mucho mejor por qué el cóndor sí nos representa. A días de haber celebrado la independencia no se quiere exponer solo lo malo del país porque para eso ya están los noticieros de medio día, con su sin fin de asesinatos.

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Lo que se quiere es entender lo aberrante de nuestra cultura, donde no nos gusta nada. Tal como a muchos les puede parecer terrible que se hable mal del ave nacional, me parece igual que los paisas hablen de los costeños, estos de los rolos, los rolos de los boyacenses, y ahí sigue la cuenta. No he terminado de comprender por qué nos ofende alguna clase de insulto proveniente del extranjero, sea cual sea, y que entre nosotros nos demos tan duro. De eso no se salvan ni los famosos, vean a Nairo.

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Es como si usted se metiera en una pelea porque le trataron mal a su hermano, pero cuando se van a la casa lo trata peor. Esto no es algo para enorgullecerse, por eso la codicia que mencioné arriba, ¿también codiciamos ser mejor que el otro solo por qué nació en otro lado? Son imperdibles los comentarios cuando hablan de una región, parece ser que el tener muchos acentos no hace más que hacernos infelices.

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A pesar de todo el cóndor nos enseña algo muy importante, mirar eso que lo hace magnífico y dejar de lado lo que no. Tal vez así podamos entender que carecemos de razones para atacarnos con regionalismos absurdos, para detestarnos, matarnos y asesinarnos, cuando no por su tierra, si por su político de preferencia. Somos mucho más que eso.

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Colombia tiene que entender que no la separa un límite, que de nada sirven los rencores xenófobos dentro del territorio mismo. Lo que ha pasado con Belén de Bajirá es un ejemplo de cuánto daño podemos hacernos entre nosotros mismos por considerar que unos son mejores que otros. Al final venimos siendo colombianos, ni santistas ni uribistas, ni derechistas ni izquierdistas, colombianos; dejando de lado todos aquellos que cometen crímenes, que hacen que desconfiemos cada vez más del sistema, tenemos que ponernos en cintura y hacer lo que este país necesita: creer, en que podemos, juntos, y sí, también revueltos.

¿Por qué nos odiamos?

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