Canica
Una mujer llora en la radio. El periodista de turno se burla de ella, ¿periodista? Cambio la emisora otra vez y el silencio es ocupado por las propagandas. Tú miras el libro, lees, vives en la historia, creo que sabes que te miro, pero de todas formas no voltearas a verme. Otra vez vuelve la música y suena una canción que me gusta. Tú me pides que cambie de estación o apague la radio, que ponga tu playlist. No quiero tu música, pero igual termino por poner lo que te gusta mientras trato de buscar algo que leer.
La biblioteca ocupa la mitad de la habitación, al principio se me figuraba hermoso vivir entre tantos libros, hasta que me di cuenta que era el mal tercio entre ellos y tú. Me llamas, me ves desde la ventana y me preguntas si todo anda bien…todo anda, de eso sí que estoy segura. Busco un libro de poesía, aparece Sor Juana Inés y leo un par de versos.

Bien ha visto quien penetra
lo interior de mis secretos
que yo misma estoy formando
los dolores que padezco.
Cierro los ojos. Imagino que soy una canica, de las azules que parecían tener una galaxia adentro, no soy ni inicio ni fin, ni comienzo ni acabo. Ruedo debajo de la cama y allí mi vaivén no se detiene, ruedooooo…allá y acá, pero tan suavemente que puedo reconocerlo todo. Las muñecas olvidadas, el zapato izquierdo, una carta para mamá y un par de tablas caídas. Pero ella me encuentra, no mide más de un metro pero sabe que hacer, sabe que hará…un, dos, tres…zas, contra las otras canicas, así me quiebro. Ya no soy perfecta, ahora me falta un pedazo y cuando bailo tropiezo en ese defecto, porque me da firmeza cuando aún no estaba preparada para parar…
Mientras la gracia me excita
por elevarse a la esfera,
más me abate a lo profundo
el peso de mis miserias.
Me llamas otra vez, preguntas si duermo y yo digo que no. Me preguntas en que pienso, pero antes de explicarte ya se han ido las palabras. Te digo que me aburrí, que ya no quiero escuchar música y me dices que puedo poner lo que quiera, pero hace rato dijiste que pusiera tu playlist, Nunca dije eso, solo te lo sugerí. Entonces apago la música y vuelve el silencio. Te preparo un café, te lo llevo hasta tus manos que no me tocan y me pides que lo deje en la mesa. Quiero ver que lees, a donde te ha llevado esta vez ese ruso, pero no me dejas ver y vuelvo a la mecedora del otro lado de la cama. Te digo que ya no caben más libros y me dices que debemos comprar otro mueble para ellos. Cuando llegamos al lugar dijiste que íbamos a pintar las paredes, pero ya no hay para pintura. Tendrá que esperar el azul porque ya no caben los libros.
Y aunque es la virtud tan fuerte,
temo que tal vez la venzan.
Que es muy grande la costumbre
y está la virtud muy tierna.
Vuelvo a cerrar los ojos y hay una niña. Se sube a un árbol debilucho que es el vago intento de jardín de una casa que solía ser dorada. Ella me ve y mientras lo hace sueña que ella es yo soñando que es ella. ¿Me conoces? Creo que te vi antes, pero no sé si me recuerdas ¿me conoces? Abre la mano derecha y me muestra una canica rota y antes de que le pregunté qué hizo me contesta: solía, pero ya no.
Me llamas, esta vez sí me he quedado dormida y me preguntas que si quiero pasar a la cama. Dejarás de leer ahora, yo sé que me quieres hacer el amor, pero te digo que ya no me inspira el color desgastado de las paredes, nunca me ha gustado el verde. Me dices que compre la pintura mañana, pero no alcanza para un mueble nuevo y la pintura. Dices que nunca has dicho que compremos uno nuevo, solo que estaba en la lista de espera…otra vez, ya no sé lo que dices, nunca recuerdo y siempre digo lo que no has dicho (aunque yo sé que lo dijiste) me habré vuelto loca de pronto. Te pregunto, pero no respondes, solo dices que compre la pintura y me besas.
Ahora tengo sueño. Ya es tarde, al reloj lo ha derretido la oscuridad, no puedo dormir, la niña aún ronda mi mente y de vez en cuando la cama. Temo que despiertes, ya empiezas a roncar, pero parece que a ella no le importa y lo hará…un, dos, tres…zas, me hace llorar. Ojalá no te des cuenta, a ella no le agrada que te haga sufrir, me dice constantemente que no te merezco, que soy muy tonta para ti y aparecerá otra que sea mejor. Me acurruco en tu espalda y te pregunto en un susurro si crees que soy inteligente. Callas. Te das la vuelta. Dices que la inteligencia es algo relativo y después de eso ya no te escucho.
Te despiertas por la mañana y preguntas si yo he hecho café y te digo entre sueños que sí. Me dices que debo lavar los trastes porque no has sido tú el que ha bebido café, te recuerdo que lo has hecho, pero lo niegas, no admites un argumento, solo lo niegas. Pienso si en verdad estoy loca, te lo pregunto, pero ya no respondes, solo dices que no has bebido café mientras lavas a regañadientes los vasos y las ollas. Te vas, me das un beso y en la tarde me envías la foto de un mueble nuevo para los libros, dices que lo compre. La niña ya no está, pero encuentro debajo de la cama una canica azul, de las que parecen tener una galaxia adentro. Está casi nueva así que la quiebro contra la pared haciendo que la pintura se descarapele. Me voy.