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Porque en esta vida no hay pecado que valga tanto como no vivirla, y a mi Dios, en el que creo, le he pedido que me deje vivir esta vida con mis reglas, que las suyas a ratos no me convencen. Pero creo que a veces no le gusta y me va retrasando los tiempos, me va dejando caer sin más. Sin embargo, casualidad, destino o su mismísima inferencia, hay momentos en los que me va bien. Como ese día, Río, ese día que te encontré.

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Yo no sé decirte todo lo que siente el mar cuando lo acaricias, cuando te derramas en él, porque la sensación es tan bella que se lo dejo a los grandes que se saben más palabras que yo. Sin embargo, te debe quedar claro que es una experiencia sublime y que quisiera quedarme contemplando tus aguas el resto de mi vida…debo hacerlo, debo amarte para compensar los años que no te amé, por andar enojando a Dios y llegarte tarde mi vida.

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Debo agradecer tu existencia cada día, porque desde entonces el mar siempre tan salado encontró algo de dulce, algo que complementó su existencia. Río, mi río, ¿cómo he podido pasar tanto tiempo sin amarte? Tú me has explicado con el alma que el amor no duele, que son las mentiras que me contaba el atardecer, que duelen los silencios de los corales y las promesas rotas de quienes escriben sus nombres cerca de mis olas, y se borran…pero no el amor, contigo el amor no duele.

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Que esta Río, es la declaración de tu marejada, la más valiente y la más honesta. Déjame suspirarte un te amo que te cure el alma y quedarme a tu lado, acurrucada en tu corriente, mientras dejo que mis olas se arrastren y mis besos te colmen. Quiero demostrarte como sí eres un milagro, el más bello y genuino de Dios, anda y corre libre Río, que en tu desembocadura te estaré esperando.

De ti y otros vicios del mar...

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