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Reseña: Un día de la vida de Iván Denisovhich.

 

En mis manos habitaba el frío, cada página del libro Un día de la vida de Iván Denisovich del premio nobel ruso Alexandr Soljenitsin, roba el aliento cálido que se escapa de la boca. Es una novela larga, sin pausas, no hay respiro, así mismo les ocurre a sus personajes. Como bien se menciona en el título de la obra, Iván Denisovich Shújov es el principal protagonista, lleva a cuestas una pena de diez años de las cuales hasta ahora va cumpliendo ocho años en un campo de trabajo ubicado en alguna parte de Siberia.

“—Aquí, muchachos, la ley… es la taigá…. Pero se vive. Los únicos que no llegan a viejos en el campo de trabajo, son los lameplatos, los que confían en la enfermería los que van a llamar a la puerta del gran patrono.”

 

La taigá es el inmenso bosque fío de las regiones frías. A eso se enfrenta Shújov (muy rara vez se le volverá a nombrar como Iván durante el transcurso de la novela) y toda su compañía. Las palabras citadas anteriormente las recuerda Shújov al inicio de la novela, es una frase dicha por su primer jefe de brigada, Kuziomin, y es ésta la que en medio de todo le otorga cierto impulso para llevar su día avante cuando se levanta sintiéndose mal, despropiado de su cuerpo por las largas jornadas de trabajo a las cuales ha sido sometido, por las madrugadas que azotan con un frío interminable a las cinco de la mañana.

 

“Pero la mañana ha llegado, como era su obligación.
 

¿Y acaso hay algo que pueda reanimarle? Las ventanas están cubiertas de hielo, y, a lo largo de todo el barracón —¡maldito barracón!—, allí donde se juntan las paredes y el techo, hay como una fina y blanca telaraña de escarcha.”

 

Shújov se levanta y empieza su día, la preocupación de él, como la de muchos son sus zapatos de fieltro y sus guantes (se hace el infierno en sus manos y en sus pies en caso de que estos se encuentre mínimamente húmedos). No ha logrado calentarse y la poca esperanza que tiene para recuperar algo de calor es comer, trabajar hasta su cuerpo supere el frío y velar porque el sueño no le juegue una mala pasada en la jornada diaria. Sin embargo, la primera comida del día la recibe fría: un caldo sin mayor cosa y un pedazo de pan duro que le servirá como cuchara.

 

Cada mañana, en el campamento, los cuentan al salir y al regresar; una, dos, tres o las veces que sea necesario hasta que el número de reclusos concuerde. En caso tal de que alguno falte, éste, sin importar la razón, es castigado y recluido en un calabozo, en ocasiones sin alimentación. Dichos calabozos son vistos como grandes tumbas heladas, si el castigo supera los diez días.

 

Shújov es tratado como cerdo, al igual que sus compañeros. Muchos son golpeados y llevados hasta el límite físico.

 

Esta novela explora el comportamiento humano, la sensibilidad de los hombres en condiciones extremas, la lucha por el hambre, por el frío, por encontrar una forma de sobrevivir y de sobrellevar una pena. A muchos hombres los espera una familia, pero saben que afuera también ocurre una guerra, rumores les llegan en las cartas que reciben cada vez que pueden. No saben si al salir, el calvario que viven lo porten ahora sus hijos.

 

“Shújov mira el techo en silencio. Ni él mismo sabe si desea ser libre. Al principio, lo quería afanosamente, y contaba, cada noche, los días de condena que habían pasado y los que le quedaban por cumplir. Pero, después, se cansó de ello. Vio las cosas con claridad: no se deja volver a casa a la gente de su especie, sino que se le señala una residencia forzosa. Y es imposible saber dónde se vivirá mejor, si aquí o allá.”

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