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A Yohan Rodríguez no le hicieron hashtag y las campañas de #NiUnaMás no hablaron de él porque no era una sino uno, y así no cuadra. Los pocos medios que ampliaron la información jamás dieron seguimiento al crimen, todavía hoy me pregunto si Curumaní ya sabe quién fue la persona que acabó con la vida de un niño de 4 años y se atrevió a dejarlo cerca del colegio donde otros de sus compañeritos de seguro ya viven con zozobra.

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La Soledad de Yohan

El País de las Pesadillas es la parodia cruel que Colombia tiene reservada para sus niños y niñas. Para 2015 cerca de 917 niños fueron asesinados, en 2016 las cifras apuntaban a 43 niños abusados sexualmente al día, y en 2017 las noticias escandalizan a toda una población que se ocupa de uno o dos de los miles de casos que están sucediendo justo ahora. Ni los Buendia podrían entender la soledad que sufren los niños aquí, a los que no matan a golpes y torturas los mata la indiferencia, el hambre y la corrupción.

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El problema más grande es la falta de culpable, o la multiplicidad de ellos, parece que las autoridades son incompetentes, la ley muy laxa y todos nosotros de ojos ciegos y oídos sordos. Con un montón de adultos que no los ve, es difícil para los niños pedir auxilio; la situación es más trágica cuando es imposible decir que papá, mamá, tío, abuela, padrino, hermanos y cualquier otra persona cercana es la culpable de las violaciones y el maltrato. Los niños son presa fácil, tan invisibles que ya nadie los ve morir.

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Y en medio de este escenario con cifras perturbadoras e historias que parecen sacadas de un cuento de terror, aparece un débil fantasma que los medios alimentan, de los que la sociedad huye y pocos comentan. ¿Sabía usted que el machismo más atroz se instala en la memoria de nuestros niños? Y aquí vale hacer una aclaración, son más niñas que niños los que son abusados, y esa violencia ejercida contra una niña solo por su sexo es terrible, pero no dejan de ser terrible las historias de los niños que ni siquiera aparecen en titulares por lo mismo, su sexo.

No sé qué pasa por la mente de un asesino para abandonar el cuerpo de un niño en esas condiciones cerca de un colegio, parece una amenaza, parece querer sentar un precedente, aquel que avisa que los niños no están seguros. No se logra entender tampoco porque cuando el niño está ya muerto los vecinos denuncian los maltratos de la mamá, no me explico porque debía morir Yohan para que alguien notara sus condiciones de vida.

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Yuliana Samboní marcó un hito porque el país se alzaba en indignación y pedía esclarecer el caso y dar pena máxima a su asesino, y eso está bien; de Yuliana Samboní ya no se olvidarán los medios porque la mató un niño rico, pero parece que si hubiera sido un hombre cualquiera la pobre habría sido un titular de menos trascendencia.

Con Sara Ayolina la gente tuvo que hacer fuerza para lograr un seguimiento, porque aquí no había un Uribe Noguera, y las 2Orillas se pronunció y todos estuvieron un poco más cerca de la aberrante historia de tortura de una niña que quién sabe si tuvo tiempo de serlo.

Pero Yohan se quedó solo, nadie le hizo un artículo, y como él otras y otros se van quedando sepultados por titulares sin contexto, comentarios de indignación momentánea y una hipocresía más grande que el territorio nacional en el que vivimos. Yohan Rodríguez es otra cara de la moneda, que junto a Sara y Yuliana y los demás niños que mataron esa semana y de los que nadie supo, son sin más, el reflejo de un país en el que el victimario debe ser rico y la víctima mujer para que se pida clemencia por ellos, la infancia debe ser respetada y sus victimarios encarcelados sin importar las condiciones de sus muertes o abusos.

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